A Coruña, puerto de peregrinos y de especias

 

HdC. La historia de la Casa de la Especiería de A Coruña es breve. Entre su establecimiento, a finales de 1522, y su clausura, en 1529, apenas transcurrieron siete años en los que la ciudad fue uno de los principales centros de comercio entre las posesiones españolas de ultramar y la Europa continental. Sin embargo, su apertura significó una ruptura irreversible del monopolio de Sevilla en los intercambios trasatlánticos. Y, además, su funcionamiento dejó huella en la historia: en su expedición más notable falleció el marino vasco Juan Sebastián Elcano, que había resistido lo indecible para convertirse en el primero en circunnavegar el planeta.

El nacimiento de la Casa de la Especiería coruñesa hay que enmarcarlo dentro de la lucha política de la época, según narra el historiador István Szászdi, profesor de la Universidad de Valladolid. El descubrimiento de América trastocó mucho más que la visión que el mundo tenía de sí mismo. Las riquezas que se proyectaba extraer del Nuevo Mundo fueron objeto de codicia desde la misma llegada de los descubridores al puerto de Baiona en 1493. Aunque en un principio los Reyes Católicos, titulares de la inmensidad recién descubierta, optaron por dejar abierto el comercio entre ambas orillas del Atlántico, el aperturismo duró poco. En 1503 culminó el proceso de centralización con el establecimiento de la Casa de la Contratación de Sevilla, la única con derecho a organizar expediciones a la otra orilla y a expedir permisos para explorar nuevas tierras.

Esta exclusividad andaluza no gustó a todos. Pronto comenzaron a hacer mella sobre los reyes las presiones de los nobles del resto del territorio hispánico, que se quedaban fuera de lo que ya se presumía como el mayor botín de la historia. Muerta Isabel, el propio Fernando de Aragón estuvo a punto de abrir otra Casa en Cantabria, pero fue su hijo, el emperador Carlos I, el que daría el paso definitivo para romper el monopolio.

Parecía razonable que ese nuevo punto de comercio se estableciese en un puerto del norte, y, con Vigo tantas veces a merced de los piratas, A Coruña era el lugar ideal. La ciudad se encuentra mucho más cerca que Sevilla de las costas de Flandes y del norte de Europa, a donde se pretendía enviar buena parte de la materia prima extraída de América. El famoso viaje de Carlos I a Galicia en 1520, justo antes de hacerse coronar emperador, acabó sellando la creación de una segunda Casa de la Contratación.

La confirmación oficial llegó en 1522, cuando Carlos I concedió a A Coruña el privilegio de explotar las especias, tan importantes para conservar los alimentos. Esta precisión de objetivos no era superflua, pues la intención era que, mientras que en Sevilla se controlaban las posesiones descubiertas con Colón, desde A Coruña se haría lo mismo con las tierras que se denominaban “nuevamente halladas”, es decir, las que se suponían en torno al Índico y el Pacífico. Meses antes había concluido, después de tres años de navegación atroz, la primera vuelta al mundo, iniciada por el portugués Magallanes y finalizada por el vasco Elcano.

Este último fue protagonista principal de la expedición enviada en 1525 desde Galicia a las islas Molucas en busca de las preciadas especias. Mandaba los buques García Jofre de Loaísa, y en ella figuran tanto Elcano como un joven Andrés de Urdaneta, llamado a fijar la ruta de Filipinas a Acapulco a través del Pacífico. La expedición fue un desastre absoluto. De A Coruña salieron  el 24 de julio de 1525 seis naos y 450 hombres. Visitaron la costa africana y cruzaron con enorme sacrificio el estrecho de Magallanes, en donde la flota se dispersó, sufrió incendios, tempestades y motines.  Atravesando el Pacífico fallecían exhaustos primero Loaísa y días después Elcano, y al llegar a su objetivo, las islas Molucas, descubrieron que sus grandes rivales, los portugueses, habían llegado antes. Sólo volvieron a Europa 24 navegantes, presos de los lusos, y en 1536.

Para entonces había acabado ya la aventura de la Casa de la Especiería coruñesa. España y Portugal firmaron en 1529 el trascendental Tratado de Zaragoza, con el que Carlos I y Juan III de Portugal se dividían el mundo. Las islas de las especias quedaban en territorio portugués, lo que hacía inviable el funcionamiento de la institución gallega.

El fracaso quedó marcado a fuego en la memoria de Carlos I. El Emperador confiaba en A Coruña como fuente de riquezas para sus siempre exigidas finanzas, habida cuenta de que en Sevilla se producían continuas resistencias y retrasos cuando les reclamaba préstamos o derramas. En sus cartas postreras, a mediados de siglo, ya encerrado en el monasterio de Yuste a la espera de la muerte, llegó a escribir cartas en las que se lamentaba de no haber actuado antes: “En verdad, sy quando lo supe yo tuviera salud, yo mesmo fuera a Seuilla a ser pesquisador de donde esta bellaquería procedía, y pusiera todos los de la Contrataçión en parte y los tractara de manera que yo sacara a luz este negoçio, y no lo hiziera por tela ordinaria de justicia sy no por la que conuenía, por saber la verdad”.

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