M.S.F. La basílica de Notre-Dame-de-la-fin-des-Terres,
en Soulac-sur-Mer (Francia), ha vivido una existencia que lo ha sido
todo menos plácida. Fue edificada en el siglo XII en la parte más al
norte del Médoc, la hermosa región vinícola encajada entre el océano
Atlántico y la desembocadura del Garona. Desde mediados de la Edad
Media, muchos peregrinos británicos y del norte de Europa escogieron
esta costa para desembarcar y continuar el Camino de Santiago a pie,
por la ruta francesa habitual, a salvo de los temporales cantábricos.
Esta hermosa construcción de raíz románica demuestra la pujanza de la
zona en esa época.
Sin embargo, su
proximidad al mar y los fuertes vientos del oeste que habitualmente
azotan la zona fueron trasladando la arena de la inmensa playa de
Soulac-sur-Mer hacia el interior y acabaron por dejar a
Notre-Dame-de-la-fin-des-Terres semienterrada en la duna. El
problema no era menor: en algún momento, los fieles tuvieron que entrar
al templo por las ventanas y llegó a pensarse en abandonarla por
completo.
Sin embargo, en el XIX
se afrontó un ambicioso programa de restauración que
desenterró la
iglesia y restauró sus partes más dañadas. Ahora ocupa el centro de una
deliciosa localidad turística en la que los peregrinos se mezclan con
veraneantes y surfistas.
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