HdC. El Camino Portugués pasa al lado de
las ruinas de Santo Domingo, pero o el peregrino se desvía una veintena de
metros o simplemente no las ve. Y es una pena. No porque se pierda un edificio
de los que integran el Museo de Pontevedra, sino porque esta cabecera de cinco
ábsides es simplemente incomparable en todo el gótico gallego. Se conserva sólo
eso, más una pequeña parte del muro sur de la iglesia y la entrada al convento,
que fue fundado en 1282 (aunque no existe la certeza de que fuera ese año). Lo
que el caminante ve se empezó a levantar en el año 1383, y las obras
continuaron incluso en el siglo XV.
En el XIX llegó la exclaustración,
y el 8 de diciembre de 1836 se echaba el cerrojo, aunque se volvió a abrir –ya
sin religiosos- como asilo. Más tarde fue cárcel de mujeres y posteriormente
hospicio y escuela de párvulos. Una larga historia que no significó mejoras en
ningún caso, de manera que Santo Domingo empezó a deteriorarse a toda prisa, cayendo
poco a poco tejados y sillares. El colmo fue que sus paredes fueran desmontadas
y el granito acabara como pavimento de las calles. De la capilla derribada
(1864) nada queda y la parte superior de la torre corrió igual suerte (en 1869
y 1870).
Con toda esa relación de desastres
cabría esperar unos restos agonizantes y, simplemente, feos. Es justo lo
contrario. Un hito del Camino Portugués ante el que nadie se resiste a hacerse
una foto. ¿Dónde está? En el centro de la
ciudad de Pontevedra. Y por muchos años.
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