El palco de Lavacolla, en Santiago




HdC. Una pregunta para comenzar: ¿tienen que ser todos los hitos del Camino objetos, edificios o trozos de la naturaleza venerables por su edad? ¿Deben “contar siglos”, como se decía en el siglo XIX, para ser considerados como tales? ¿Son los que son y no puede haber más? 

La respuesta a esas tres preguntas es negativa. Porque es el hombre el que en su caminar va construyendo (¡y a veces destruyendo!) esas obras de arte o lugares que pasan a tener la categoría de hitos. Aunque sean humildes.

Como humilde es el palco de música de Lavacolla, una construcción moderna, muy moderna, cuyas líneas recogen la tradición gallega de ese tipo de construcciones. O sea, Camino Francés, descenso del aeropuerto homónimo hasta la catedral compostelana, con tan solo una rampa ascendente ciertamente no muy suave y que el peregrino encuentra justo después de este palco.

Porque pocos, muy pocos, no paran aquí a descansar un rato, a aprovechar la sombra cuando aprieta en calor, y nadie debe tener duda alguna de que en un mes largo corto el calor apretará, y el palco de música es un refugio no sólo seguro sino que también empieza a ser querido por los peregrinos. Y, en fin, qué decir cuando el cielo gallego se encapota y deja que llueva…

¿Figura en las guías? En muy pocas. Pero eso no le resta valor. Al contrario, lo añade.

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