HdC. Son sólo un centenar de metros más, pero los
suficientes para que los peregrinos no vean la fuente de Santa Irene.
Situémonos: Camino Francés ya cerca de
Santiago. El peregrino ha ascendido una rampa no muy pronunciada y ni siquiera
larga, pero que se hace dura. Ya son muchos kilómetros en las piernas y
Compostela está cerca, el ansia por avanzar aumenta. En lo alto de esa rampa
está un pequeño lugar llamado O Empalme, con un par de bares, y raro es el que
no para ahí a coger fuerzas. Todo el mundo sabe a estas alturas que bajando, a
menos de un kilómetro, espera el albergue de Santa Irene, remozado desde hace
menos de una semana. Y echa a andar. ¿Cuál es el problema, si así puede
llamarse? Pues que con el albergue a la vista ahí mismo el Camino gira a la
izquierda y pasa por un túnel lamentable bajo la carretera, acomete el último
tramo y vuelve a cruzar el asfalto, ahora por su superficie, en un lugar de
riesgo evidente de atropello.
En resumen, el peregrino piensa “para qué voy
a arriesgarme y caminar un centenar de metros más”. O sea, que sigue recto.
Si hiciese caso de las flechas amarillas en
efecto, se cansaría más y se arriesgaría a cruzar el asfalto. Pero no se
perdería ni la iglesia de Santa Irene ni la fuente, una y otra bien
documentadas en el mundo de las peregrinaciones jacobeas.
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