El periplo irlandés a Compostela


HdC. Para los irlandeses de la Edad Media, ver A Coruña mientras se agarraban a lo que podían en la cubierta de la urca o de la nao que los trasladaba desde su tierra era más valioso que una joya. El viaje era largo, y todos acababan mareados y en un estado deplorable. Habían tenido suerte con las tormentas y no habían sufrido ningún ataque de los numerosos monstruos marinos que, aseguraban, poblaban los mares hasta su confín, en ese límite donde uno se precipitaba al abismo porque, como comúnmente era sabido, la Tierra era plana.

Eso seguro que también pasó por la cabeza del irlandés James Rice cuando un día de 1473 alguien advirtió de que en lontananza se divisaba la Torre de Hércules. Es decir, hace prácticamente 550 años. Y puede asegurarse sin temor a errar que cuando echó un pie a tierra acudió cuanto antes a la iglesia de Santiago a dar las gracias al Apóstol. Lo hacía todo el mundo, pero él más que otros puesto que era un hombre muy religioso.


En efecto, había nacido en el seno de una familia de comerciantes apegada a las enseñanzas de Jesucristo, y su padre, Peter -que había sido alcalde de su ciudad, Waterford, en dos ocasiones- le puso ese nombre por devoción a Santiago: James y Santiago son la misma cosa. James Rice tiene un mérito doble. Por una parte, fue, como su padre, alcalde de Waterford, pero un total de once veces. Y por otra estuvo en A Coruña y Santiago en dos ocasiones.

No se conocen muchos datos de su vida. La suerte para los historiadores es que quiso ir como peregrino a Santiago durante una de las temporadas en que ocupaba la alcaldía, y eso lo obligó a pedir permiso al Parlamento para dejar el cargo. En efecto, le fue concedido pero con la liviana condición de que nombrase un sustituto para que llevara la gestión diaria mientras él surcaba el Atlántico.

Esa fue la primera vez. La siguiente tuvo lugar diez años más tarde. Volvía a ser alcalde, y tuvo que pedir permiso de nuevo. En esta ocasión fue peor, porque se llevó con él a dos funcionarios -equivalentes hoy a policías locales pero con cierto mando político en sus zonas de residencia- deseosos también de arrodillarse ante el sepulcro de Santiago. Y gracias a la documentación que generó una y otra solicitud y las correspondientes respuestas -les concedieron el permiso si bien con la condición de que no hubiese un vacío de poder- llegaron hasta el siglo XXI los nombres de esas dos personas: Patrick Mulligan y Philip Bryan.

A la pregunta si James Rice dejó algún escrito describiendo sus viajes le corresponde, por desgracia, una respuesta negativa. Se ignora qué impresión le causaron A Coruña y Santiago, ni cómo se desplazó de una a otra. Para revindicar el estudio de su figura, el municipio de Oroso, limítrofe con Santiago, dedica los próximos doce meses a ese hombre cuya infancia explica su espíritu peregrino.

Sí se conserva en Waterford el impresionante sepulcro de ese hombre que, según la documentación, se preocupó mucho por mejorar las condiciones de vida de sus vecinos, promoviendo numerosas obras públicas. Además, James Rice, nada más regresar de su segunda peregrinación, encargó que se construyera a sus expensas una capilla dedicada a Santiago y a Santa Catalina, y fue consagrada en 1482.

Su tumba puede calificarse con justicia de auténtica obra de arte, casi podría decirse que es orfebrería pura: muestra santos tallados por todos los lados, así como los doce apóstoles repartidos en dos grupos de seis. La representación del cadáver, a tamaño natural, está trabajada con gran esmero, y lo más llamativo: ranas y sapos emergen del cuerpo. Impactante. ¿Un adefesio? No, una joya.

Texto original: Revista Joyas de Galicia

Ilustración: Sr. Reny

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