E.G.Los que visitan Compostela en el mes de julio se encuentran con una ciudad bulliciosa, preparada para celebrar las fiestas del día de Santiago; y con miles de peregrinos que adaptan las etapas finales para hacer coincidir su llegada con la noche del 24, como ya sucedía en los siglos medievales. Porque las fiestas del Apóstol se repiten el día 25 de julio de cada año ya desde el s. XI, aunque no siempre ha sido así.
El calendario era otro antes del cambio de la liturgia
hispánica por la romana, cuando la celebración se conmemoraba el 30 de
diciembre. Tan importante era, y tan arraigada estaba, que la oposición al
cambio en la ciudad fue muy fuerte, aunque no lo suficiente como para evitar la
innovación. El conflicto entre las dos fechas para la misma celebración se
resolvió definitivamente en el s. XII, cuando se institucionalizaron ambas
fiestas: la del mes de diciembre para conmemorar la traslación y la de julio
para el martirio del Apóstol Santiago.
Desde entonces la del 25 fue ganando terreno, seguro que por
la influencia de la climatología veraniega frente al frío y las lluvias de
diciembre, que hacían mucho más difícil, en ocasiones penosa, la peregrinación
por todos los caminos jacobeos que cruzan Europa.
Poco se sabe de cómo se celebraba el día del Apóstol en la
Edad Media, más allá de las solemnidades religiosas y procesiones en el
interior de la Catedral. Pero sí sabemos de su gran importancia en los siglos
sucesivos. Es fácil imaginárselas en una ciudad engalanada e iluminada con
velas, con corridas de toros, juegos de cañas, música de gaitas y chirimías y
torneos de caballeros. La gran importancia de la fecha para todo el reino nos
la subraya que fuese referencia para muchos actos, ofrendas, milagros y
agradecimientos, como la celebración de la victoria contra los franceses de
Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, el 25 de julio de 1544; o que fuese el
día elegido por Felipe II para casarse en Winchester, poco después de haber
peregrinado y comulgado en Compostela.
Son variadas las
referencias históricas a las celebraciones del 25 de julio. En la segunda mitad
del 1600, los caballeros gallegos reunidos en Pexegueiro de Abaixo, en Ourense,
incluían entre sus demandas al rey que se les permitiese abandonar por unos
días la guerra con Portugal para estar presentes en la ofrenda al Apóstol en
Santiago; y reclamarle que ese día ningún caballero “o persona de posibles”
faltase en la ciudad. Por entonces, la nobleza, los funcionarios y hasta los
familiares de los responsables de la Inquisición, participaban siempre en las
fiestas del Apóstol.
Se sabe también que desde 1564 y hasta finales del s. XVII,
se celebraron torneos y concursos hípicos entre caballeros, una tradición
fijada por Rodrigo de Moscoso, conde de Altamira, que creó la Cofradía del
Señor Santiago precisamente para apoyar la celebración de las fiestas. La Plaza
del Obradoiro acogía ya la mayor parte de los actos, aunque los concursos hípicos
tenían lugar en las afueras de la urbe, en la explanada de San Caetano. También
a las afueras, a Santa Susana, se trasladaron las corridas de toros que hasta
1802 se celebraban en el Obradoiro, en una especie de plaza portátil que se
montaba los días previos al 24 de julio, que era cuando tenía lugar. Se han
documentado incluso litigios entre el Hospital y la ciudad a causa de estas
instalaciones, al impedir la altura de los tablados que la corrida se pudiese
ver desde los balcones del actual Hostal de los Reyes Católicos.
Poder ver bien las corridas era una cuestión fundamental, y entonces ni la ciudad ni el Colegio de San Clemente disponían de balcones en el Obradoiro, lo que obligaba a montar estructuras especiales. Los toros eran cita clave de las fiestas y solo se suspendieron en ocasiones muy especiales, como en 1689, por la muerte de Isabel de Orleáns, esposa de Carlos V; o en 1746 por el fallecimiento de Felipe V.
Los fuegos pirotécnicos y quemas en la noche del 24, que junto a los gigantes y cabezudos son lo más llamativo de las fiestas actuales, están documentados desde el s. XVII. Se conocía como la quema del castillo, unas estructuras que se colocaban en la plaza cuya elaboración anual dependía del maestro de obras de la Catedral y que, con variaciones, se ha mantenido hasta la actualidad. Del castillo antiguo se pasó a la quema de la fachada, y de ahí a la incorporación de espectáculos de luz y sonido. En la memoria de los compostelanos permanece la fachada mudéjar utilizada hasta 1999. Había sido creada para el Año Santo de 1880 con inspiración en el estilo árabe para celebrar el triunfo del cristianismo sobre el islam, elemento recurrente en la historia del Apóstol Santiago. Precisamente esa 32 fue la razón de su sustitución en el año 2000 por otra de estilo gótico tomada de una propuesta realizada en 1897 por el arquitecto municipal García Vaamonde.
La entrada en el s.
XXI supuso el estreno de la nueva fachada gótica y el inicio de las
proyecciones sobre la Catedral que han dado la vuelta al mundo, aunque los
compostelanos siguen sintiéndose especialmente orgullosos del espectáculo
pirotécnico que las complementa. Hoy, los fuegos del 24 son seguidos por miles
de personas que desde primeras horas de la tarde van tomando posiciones en la
Plaza del Obradoiro (el lugar por excelencia), el Paseo de los Leones y Santa
Susana, la avenida de Xoán XXIII e incluso el parque de Galeras. Aunque el
espectáculo central tiene lugar en la plaza, las familias huyen de la
aglomeración y prefieren lugares algo menos concurridos.
El mismo día 24 de julio pero por la mañana tiene lugar el otro espectáculo tradicional de las fiestas compostelanas, el encuentro de los gigantes catedralicios y los cabezudos municipales en las plazas y calles cercanas a la Catedral. Los gigantes, que durante todo el año duermen inertes en grandes cajas de madera en la tribuna de la basílica, salen triunfantes cada 24 de julio para sorpresa de los visitantes. Aunque se desconoce si anteriormente existían otros, los gigantes compostelanos están documentados desde 1660, cuando se le paga al escultor Mateo de Prado el molde de ocho de ellos preparados para las fiestas del Corpus. Se vuelve a tener noticia de ellos en 1753, cuando se contrata su reparación por haber sido dañados en un incendio en la Catedral. Y se sabe que continuaban saliendo en los años 30 del siglo XX, aunque ya trasladados a las fiestas del Apóstol.
Las figuras, que en otros tiempos debían resultar imponentes, aún sorprenden por su altura y envergadura. Se afirma que representan a los peregrinos que llegan a Compostela para visitar al Apóstol Santiago desde todos los rincones del mundo. El 24 de julio los gigantes se encuentran en las plazas compostelanas con los populares cabezudos que, con trajes de colores mucho más brillantes, bailan emparejados al son de las gaitas
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