Peregrinos desde Lymington, en Inglaterra

 


HdC. El calendario marcaba el año del Señor de 1455, y a Él se encomendaron con enorme fe y mucho más miedo los 50 peregrinos que veían desde la cubierta del “Herring” cómo se soltaban amarras en el muelle de Lymington. Emprendían un muy incierto viaje que los iba a llevar al puerto de A Coruña, siempre y cuando un monstruo marino no los devorase o una tormenta no mandase a aquel cascarón de nuez al fondo del mar. Muy posiblemente el barco, propiedad de un tal Gytton Peter, fuese una coca (de un solo mástil) o una urca, similar a una fragata.

A unos pocos días de cumplirse los 567 años de ese viaje, el alcalde de Lymington, James Hoare, paseaba por las calles de ese pequeño y viejo puerto situado en el sur de Inglaterra, entre Bournemouth y Portsmouth, acompañado de su concejal de Cultura, Anne Corbridge. Una de las responsables del museo local, Rosalyn Goulding (que recorrió el Camino Inglés en Galicia el pasado mes de septiembre) fue la organizadora del encuentro.

“Lo cierto es que no teníamos noticia de ese barco hasta que nos lo comunicó desde España la Asociación de Concellos do Camiño Inglés, que agrupa a 16 de los 18 municipios que cruza esa ruta jacobea”, comentan. “Eso ya lo había estudiado la investigadora Constance Mary Storrs allá por los años sesenta del siglo pasado -apunta desde Santiago el hombre que más sabe de las peregrinaciones a Compostela vía A Coruña, Manuel F. Rodríguez-. Simplemente cayó en el olvido”.

Pero, ¿quiénes eran aquellos peregrinos? ¿Cómo se llamaban? ¿Se trataba de gente del pueblo llano, o de clérigos, o de miembros de la nobleza? La respuesta sincera es que se ignora. Ese medio centenar forma parte del numerosísimo grupo -docenas de miles, quizás cientos de miles- que hasta bien entrado el siglo XV desembarcaban en A Coruña, mareados pero felices, y se dirigían a la iglesia de Santiago a dar gracias por estar sanos y salvos. Todos esos peregrinos son hoy anónimos, pera la ciudad les debe una gran época de prosperidad y de comercio floreciente.

Sí se sabe qué comían a bordo. Para empezar, pan, que era lo fundamental, y desde luego que llevara unos cuantos días fuera del horno no quería decir que no fuera apreciado. Y luego, lo que cada uno pudiera tener. Es de suponer, por algún testimonio histórico que se conserva, que el queso sería un buen acompañamiento, junto con la fruta y los vegetales que se pudieran haber reunido. Dependiendo del pago, alguno de aquellos peregrinos compartiría el menú con la tripulación, que por cierto los trataría tan mal como a todos los que se atrevían a hacer esa travesía, con bromas e ironías sobre su inevitable malestar a bordo. Sí había vino, que se tomaba mezclado con agua.

Las cosas han cambiado. “Este es un pueblo que acoge ahora muchos turistas”, apunta el alcalde de Lymington, y todos buscan un minúsculo pero encantador barrio portuario cuyos comercios y establecimientos hosteleros indican bien a las claras que en el verano esas callejuelas están llenas de gente de fuera.

El futuro nunca está escrito, pero en Lymington apunta a la búsqueda de personas interesadas en el fenómeno jacobeo, y eso quiere decir que miren a A Coruña como punto de partida a su periplo por tierras gallegas.

Porque aquel barco, el “Herring”, arribó al puerto herculino, entonces O Parrote, y los peregrinos acabaron rezando ante la tumba del Apóstol Santiago antes de embarcarse de nuevo y volver a sus casas. De eso hace más de medio milenio.

Ilustracióni: Sr. Reny

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