M.S.F. De nombre ya por sí inquietante, el ergotismo fue una
enfermedad que preocupó mucho a los europeos del norte durante el medievo.
Miles de personas la padecieron. Según cuenta Robert Fossier en su interesante
libro Gente de la Edad Media, existen referencias a esta dolencia desde finales
del siglo IX, pero fue en la Francia del X y el XI cuando se hizo más
virulento. Los afectados sufrían efectos terribles: deliraban, andaban a
tumbos, se consumían en una fiebre intensa entre visiones y confusión, y sufrían
constantes convulsiones y contracciones de los músculos que acababan por
provocarles gangrena y en ocasiones la muerte. Y, aparentemente, el mal sólo
tenía un remedio: peregrinar a Santiago.
En la época se le llamaba fuego de San Antonio o fuego
del infierno y se atribuía a la posesión demoníaca. Pero tanto para la
enfermedad como para la curación hay explicación científica, naturalmente. La
provoca el hongo parásito Claviceps purpurea, cornezuelo en castellano y ergot
en francés, que contamina el centeno y, en una medida mucho menor, otros
cereales. Como quiera que en el norte de Europa la mayor parte del pan que se
consumía se elaboraba con harina de centeno, fue en Francia, Alemania y Rusia
donde más incidencia tuvo la enfermedad.
La curación milagrosa vía peregrinación a Compostela tiene
también base científica, pues en la Península se consumía mucho menos pan de
centeno. De hecho, en el hospital de peregrinos de Castrojeriz se curaba a los
afectados dándoles pan de trigo. La reducción de la ingesta de este tipo de
harinas y la constatación de que era mejor mantenerse lejos de aquellas espigas
negruzcas fue acabando con el problema poco a poco.
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