E.G. Los que visitan Santiago de Compostela en el mes de julio se encuentran con una ciudad bulliciosa, preparada para celebrar las fiestas del día de Santiago; y con miles de peregrinos que adaptan las etapas finales para hacer coincidir su llegada con la noche del 24, como ya sucedía en los siglos medievales.
Poco se sabe de cómo se celebraba
el día del Apóstol en la Edad Media, más allá de las solemnidades religiosas y
procesiones en el interior de la Catedral. Pero sí sabemos de su gran
importancia en los siglos sucesivos. Es fácil imaginárselas en una ciudad
engalanada e iluminada con velas, con corridas de toros, juegos de cañas,
música de gaitas y chirimías y torneos de caballeros. La gran importancia de la
fecha para todo el reino nos la subraya que fuese referencia para muchos actos,
ofrendas, milagros y agradecimientos, como la celebración de la victoria contra
los franceses de Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, el 25 de julio de
1544; o que fuese el día elegido por Felipe II para casarse en Winchester, poco
después de haber peregrinado y comulgado en Compostela.
FOTOGRAFÍA: ADOLFO ENRÍQUEZ |
Son variadas las referencias
históricas a las celebraciones del 25 de julio. En la segunda mitad del 1600, los
caballeros gallegos reunidos en Pexegueiro de Abaixo, en Ourense, incluían
entre sus demandas al rey que se les permitiese abandonar por unos días la
guerra con Portugal para estar presentes en la ofrenda al Apóstol en Santiago;
y reclamarle que ese día ningún caballero “o persona de posibles” faltase en la
ciudad. Por entonces, la nobleza, los funcionarios y hasta los familiares de
los responsables de la Inquisición, participaban siempre en las fiestas del Apóstol.
Se sabe también que desde 1564 y
hasta finales del s.XVII, se celebraron torneos y concursos hípicos entre
caballeros, una tradición fijada por Rodrigo de Moscoso, conde de Altamira, que
creó la Cofradía del Señor Santiago precisamente para apoyar la celebración de
las fiestas. La Plaza del Obradoiro acogía ya la mayor parte de los actos,
aunque los concursos hípicos tenían lugar en las afueras de la urbe, en la
explanada de San Caetano.
También a las afueras, a Santa
Susana, se trasladaron las corridas de toros que hasta 1802 se celebraban en el
Obradoiro, en una especie de plaza portátil que se montaba los días previos al
24 de julio, que era cuando tenía lugar. Se han documentado incluso litigios
entre el Hospital y la ciudad a causa de estas instalaciones, al impedir la
altura de los tablados que la corrida se pudiese ver desde los balcones del actual
Hostal de los Reyes Católicos. Poder ver bien las corridas era una cuestión
fundamental, y entonces ni la ciudad ni el Colegio de San Clemente disponían de
balcones en el Obradoiro, lo que obligaba a montar estructuras especiales.
Los fuegos pirotécnicos y quemas
en la noche del 24, que junto a los gigantes y cabezudos es lo más llamativo de
las fiestas actuales, están documentados desde el s.XVII. Se conocía como la
quema del castillo, unas estructuras que se colocaban en la plaza cuya
elaboración anual dependía del maestro de obras de la Catedral y que, con
variaciones, se ha mantenido hasta la actualidad. Del castillo antiguo se pasó
a la quema de la fachada, y de ahí a la incorporación de espectáculos de luz y
sonido.
FOTOGRAFÍA: ADOLFO ENRÍQUEZ |
En la memoria de los compostelanos permanece la fachada mudéjar
utilizada hasta 1999. Había sido creada para el Año Santo de 1880 con
inspiración en el estilo árabe para celebrar el triunfo del cristianismo sobre
el islam, elemento recurrente en la historia del Apóstol Santiago. Precisamente
esa fue la razón de su sustitución en el año 2000 por otra de estilo gótico tomada
de una propuesta realizada en 1897 por el arquitecto municipal García Vaamonde.
La entrada en el s.XXI supuso el
estreno de la nueva fachada gótica y el inicio de las proyecciones sobre la
Catedral que han dado la vuelta al mundo, aunque los compostelanos siguen
sintiéndose especialmente orgullosos del espectáculo pirotécnico que las
complementa. Hoy, los fuegos del 24 son seguidos por miles de personas que
desde primeras horas de la tarde van tomando posiciones en la Plaza del
Obradoiro (el lugar por excelencia), el Paseo de los Leones y Santa Susana, la
avenida de Xoán XXIII e incluso elparque de Galeras. Aunque el espectáculo central tiene lugar en la plaza, las
familias huyen de la aglomeración y prefieren lugares algo menos concurridos.
FOTOGRAFÍA: ADOLFO ENRÍQUEZ |
ENCUENTRO DE GIGANTES Y CABEZUDOS
El mismo día 24 de julio pero por
la mañana tiene lugar el otro espectáculo tradicional de las fiestas
compostelanas, el encuentro de los gigantes catedralicios y los cabezudos
municipales en las plazas y calles cercanas a la Catedral. Los gigantes, que
durante todo el año duermen inertes en grandes cajas de madera en la tribuna de
la basílica, salen triunfantes cada 24 de julio para sorpresa de los
visitantes.
Aunque se desconoce si
anteriormente existían otros, los gigantes compostelanos están documentados desde
1660, cuando se le paga al escultor Mateo de Prado el molde de ocho de ellos
preparados para las fiestas del Corpus. Se vuelve a tener noticia de ellos en
1753, cuando se contrata su reparación por haber sido dañados en un incendio en
la Catedral. Y se
sabe que continuaban saliendo en los años 30 del siglo XX, aunque ya
trasladados a las fiestas del Apóstol.
Las figuras, que en otros tiempos debían
resultar imponentes, aún sorprenden por su altura y envergadura. Se afirma que
representan a los peregrinos que llegan a Compostela para visitar al Apóstol Santiago
desde todos los rincones del mundo. El 24 de julio los gigantes se encuentran
en las plazas compostelanas con los populares cabezudos que, con trajes de
colores mucho más brillantes, bailan emparejados al son de las gaitas.
FOTOGRAFÍA: ADOLFO ENRÍQUEZ |
FOTOGRAFÍA: ADOLFO ENRÍQUEZ |
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