E.G. En la parte más alta de la compostelana Rúa das Rodas, al borde de la muralla y colindante con la iglesia, se levantó en el último cuarto del siglo XVI el Hospital de San Roque, destinado a atender a los pobres con males contagiosos. Siendo Santiago uno de los principales destinos de peregrinación del continente europeo, a su promotor, el arzobispo Blanco Salcedo, le pareció evidente la gran necesidad de un hospital de estas características para beneficio de la ciudad y del Reino de Galicia –escribió- y de otras muchas partes y reinos origen de los que venían en romería.
Un año antes de su apertura, en
1583, se había rematado allí mismo la construcción de la Iglesia de San Roque,
santo a quien el cabildo y el ayuntamiento habían encomendado la salud de los
compostelanos ya en tiempos de Alonso III de Fonseca, tras la peste que asoló
la ciudad en 1516. La promesa de construcción de la capilla data de 1517. En
aquel año se organizó una rogativa que recorrió el exterior de las murallas de
la ciudad; se fundó la Cofradía del santo y se decidió que el día de San Roque
fuese fiesta de “cuatro capas” en la ciudad y arzobispado, haciendo referencia
al tipo de oficio que implicaba y el número de oficiantes que asistirían,
vestidos con cetro y capas de seda. Aquel voto a San Roque se conserva y se
renueva aún en la actualidad. Sin embargo la promesa de 1517 quedaría
en el olvido durante más de medio siglo, hasta que la siguiente epidemia asola
la ciudad en 1569. Entonces resucita el fervor por el santo protector de los
apestados, y cabildo y concejo se ponen manos a la obra no sin antes achacar la
nueva peste al incumplimiento de su compromiso.
Durante las epidemias la ciudad ponía
en marcha medidas drásticas para evitar la propagación, como el cierre de las
puertas o la quema nocturna de romero y laurel, normas que no evitaban la
picaresca para entrar, o la huida masiva de vecinos en busca de lugares más
seguros. A finales del mismo siglo Santiago padecería aún otra embestida, la
peste que entre 1598 y 1600 sacudiría a toda Europa en un bienio terrible.
Entonces, a los infectados se les encerraba en sus propias casas, que eran
marcadas y tapiadas; se eliminaron los animales callejeros; se encendían hogueras
nocturnas; y se aplicaba cal en las zonas de peligro. En los meses más
difíciles eran tantos los afectados que se llegan a organizar espacios
específicos para confinar a los enfermos, como el campamento que en otoño de
1598 se establece en la Rúa de San Pedro.
El arzobispo fundador, que murió
antes de verlo funcionando, había ya indicado que tenía que ser dotado de
muchos sirvientes, farmacia y médicos. Con el hospital quería evitar que a
Compostela llegasen enfermos que, al no encontrar
remedio ni cura gratis, acabasen perdidos por las calles, sin atención, y contaminando a otras muchas personas sanas.
El Hospital permaneció en activo
varios siglos, atendiendo a un número de pacientes que se incrementaba
continuamente. Estaba destinado a enfermos infecciosos, fundamentalmente a los afectados
por el denominado mal gálico o de las
bubas, la sífilis, que a inicios del
siglo XVI era una enfermedad relativamente reciente y décadas después afectaba
ya a un quince por ciento de la población europea. Su origen sigue siendo
controvertido. Pero su carácter de enfermedad contagiosa e incurable, junto con
el estigma de los que la padecían, hizo que se llegase a equiparar a la lepra
(con la que a menudo se confundía), o que se la conociese como la peste blanca.
Se estima que en los siglos XV y
XVI la sífilis devastó pueblos y ciudades, considerada como un castigo divino
resultado de los placeres carnales ilícitos. En los hospitales como el de San
Roque se trató inicialmente a hombres pero muy pronto también a mujeres y niños
contagiados, en su mayor parte originarios de la propia ciudad y de otros
lugares de Galicia. La progresión de la epidemia se refleja claramente en el
continuo aumento del número de casos atendidos, y en la ampliación con nuevas
salas y camas a mediados del s.XVII.
El tratamiento consistía en
aislar a los enfermos en varios momentos del año, en cuartos sin ventilación,
manteniéndolos a temperaturas altísimas. Para hacerlos sudar se les proporcionaba
jarabe de palo, decocciones de un árbol procedente de las Indias; y se hacían
arder en la estancia ramas de la misma especie. Se creía que así la enfermedad
saldría por los poros. En algunos casos se optaba por las tinciones mercuriales, que según los conocimientos actuales
prácticamente garantizaban la muerte de los enfermos.
La portada renacentista del Hospital,
atribuida a Gaspar de Arce, maestro de obras de la Catedral de Santiago, se
salvó de las ampliaciones y remodelaciones del siglo XVIII. Está presidida por
San Cosme y San Damián, los hermanos médicos y mártires, esculturas procedentes
del taller de Gregorio Español.
Funcionó como hospital hasta ya
entrado el s.XX, y el edificio fue después destinado a Seminario Menor o sede
de organizaciones como ASPAS hasta su adquisición por la Xunta de Galicia. Actualmente
es la sede del Instituto de Estudios Gallegos "Padre Sarmiento" y del
Centro “Ramón Piñeiro” para la Investigación en Humanidades.
Fotografías: Adolfo Enríquez
Es de agradecer, tanto las fotos como el artículo.
ResponderEliminarBuen trabajo!!.
Muchas gracias, es un placer :-)
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