Elena Goyanes. Se dice que el Mercado de Abastosde Santiago es el segundo lugar más visitado de la ciudad tras la Catedral, aunque seguramente podríamos asegurar lo mismo de la Rúa do Vilar, o de la estatua de Las Marías. Pero sí es destino ineludible para muchos forasteros que callejean por el casco antiguo, que la buscan animados por blogs y guías turísticas para comprobar si, efectivamente, es uno de los pocos mercados de ciudad que siguen siendo mercados a la vieja usanza, es decir, repletos de productos frescos, de praceiras y de gente de barrio que acude diariamente a regatear su compra.
Los turistas pasean con sus
cámaras preguntando por pescados para ellos desconocidos. En los foros de
peregrinos hace ya tiempo que se ha corrido la voz y los recién llegados acuden
allí a comprar sus recuerdos gastronómicos. Incluso a los congresistas se les
indica el Mercado como visita obligada. Todos disfrutan sorprendidos por la
gran variedad de productos frescos que se exponen y el ambiente rural que se
respira.
Observando
su estructura y, sobre todo, las construcciones del entorno, el edificio actual
del mercado parece mucho más antiguo de lo que es. En realidad fue inaugurado
en 1941 después de tres años de obras y en sustitución de uno anterior del s.XIX,
en concepto muy parecido al actual. La construcción de aquel mercado
fue una de las intervenciones urbanísticas más importantes de la Compostela del
último cuarto del s.XIX, ya que supuso la remodelación de toda la zona y la centralización por primera vez de los mercados
en la ciudad.
Pero si el mercado viejo está
grabado en la memoria histórica de los compostelanos, no sucede lo mismo con el
palacio bajomedieval que se derribó para construirlo. Si los nobles de la casa
de Altamira levantasen hoy la cabeza seguramente no reaccionarían demasiado
bien, al ver que su residencia compostelana ha acabado por desaparecer en un
entorno urbano bien desconocido para ellos. Porque allí estaba el palacio de
los Condes de Altamira, del que solo quedan vagos recuerdos como la
denominación de una de las calles del entorno, la Rúa de Altamira; o también de
la Rúa das Trompas, por la que salían con estruendo los nobles de Altamira a
sus cacerías por los alrededores, haciendo sonar fuertemente las trompas.
El palacio ocupaba unos cinco mil
metros cuadrados. Se conservan dos descripciones del conjunto y algunos planos,
realizados por dos arquitectos que en distintos momentos de la historia
realizaron estudios de la casona, sus huertas y sus muros. En el primer caso,
en 1776, se analizó por encargo de los herederos, que ya habían abandonado sus
posesiones en la ciudad, para evaluar su restauración. No se llegó a
rehabilitar, posiblemente porque sus paredes, de sillería, mampostería y barro,
estaban ya muy deterioradas. Un siglo después, en 1860, se vuelve a describir para
ser tasado y comprado por el Concejo para su derribo y posterior construcción en
el solar del nuevo mercado de la ciudad.
Tras muchas idas y venidas por el
precio, la compra que supuso su desaparición se cierra en 1870. El esquema que
reproducimos nos da idea de su gran envergadura, la que
correspondía a una de las familias más poderosas de la ciudad durante la Edad
Media. Su frente se alineaba con la Iglesia de San Fiz y los muros traseros
daban al Picho da Cerca, donde bajo
unos cobertizos ya se celebraba un pequeño mercado.
Fotografía: Adolfo Enriquez
Ilustración: Julia Jiménez, sobre original del s.XIX
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